16 noviembre 2023
Campus Bilbao
En el marco del ciclo de conferencias sobre Transcendencia, espiritualidad y búsqueda de Dios, la Asociación de personas jubiladas de la Universidad de Deusto desarrolló, el 16 de noviembre, la charla de Javier Martínez Contreras “La búsqueda de la trascendencia desde la filosofía” que considera se le puede llamar dios con minúscula como una relación peculiar con esa la trascendencia, que en la filosofía tiene las siguientes características:
- Ese dios no es alguien. Es una necesidad cuando nos enfrentamos a la realidad.
- Si ese dios no es alguien, no se manifiesta. No se aparece. No tiene nada que ver con las tradiciones religiosas: aquí no hay revelación.
- Se opone a lo inmanente, es decir, a aquello que permanece dentro de esta realidad del mundo natural.
Por lo tanto, hay una tensión: la trascendencia y la inmanencia coinciden y difieren. La trascendencia se explica con algo que está oculto y pone las cosas en su lugar. Nos remite a ese algo que está escondido – la mirada trascendente.
La mirada inmanente mira el mundo sin ninguna dimensión que no sea evaluable empíricamente, puesto que tiene que admitir una trascendencia en cierto modo. Está en el efecto, pero no es el efecto. Le interesa a la filosofía ya que el ser humano necesita entender el mundo que habita: entender lo que pasa y la razón por la que pasa. Tiene que saber cuál es ese principio que origina esa realidad y que da inicio al pensamiento, actualidad y acción. Encontramos ese principio porque la vida que habitamos tiene un orden y debe cumplir una condición: ser absoluto y no condicionado.
Para Platón había dos planos de una realidad no reconciliable. El cambio es la transformación que lleva a la decadencia. Plantea un problema de identidad. Hay algo que permanece inalterable y reposiciona a esa cosa que sigue a pesar del cambio. Este pensamiento sigue hasta el Renacimiento: vivimos en un mundo organizado con principios ideales. Eso que organiza el mundo es el Logos (a palabra, discurso o razón). El ser humano es un nexo en el mundo de las ideas y la realidad. Ese devenir es el resultado de la lucha del cuerpo para despegarnos de la idea del Alma, que sólo es enturbiada por la materia No hay historia, no hay tiempo. El tiempo es peyorativo y tenemos que regresar al principio. Este modo de pensar juntase con tradición Judeo-cristiana. Ni Platón ni Aristóteles usan la palabra dios.
Agustín de Hipona menciona a dios como principio de todo lo que existe: el emanantismo, todo es perfecto. Es dios de la religión no es necesario, no inicia el mundo porque lo necesita. En Aristóteles todo es perfecto y eterno. Tenemos una idea de perfección que no poseemos: ese dios piensa el perfecto y el perfecto es uno mismo.
En Aristóteles la perfección es el bien total y como es bien, es feliz, es plenitud. Todo está hecho y está perfectamente hecho. Esta trascendencia, es conocimiento, Gnosis.
Los dioses griegos están todo el tiempo enredados. Esta formulación de dios no es la única manera de acercarse a la trascendencia en filosofía, también está la voluntad y la sensibilidad. Sin embargo, esto nos acercaba a las plantas y demás animales y, por lo tanto, rebajaba al ser humano.
Aparece el paradigma de la voluntad:
- Las Ciencias Naturales fijan la materia en las matemáticas. En el siglo XVI y XVII S. XVI el universo se explicaba con unas pocas formulas cosmológicas (Newton).
- A finales del siglo XVIII Kant introduce la relación pura. Todo comienza por los sentidos. Los filtros que ayudan a abordar la realidad desde la razón: alma, mundo, y dios como idea de trascendencia. No podemos verlo.
- El ser humano también actúa – propia libertad. En el ámbito de la libertad, la inmoralidad del alma, el mundo y dios son objetivos irreales. Si no estaríamos presos de la libertad que se realiza en la historia. El ser humano da lo mejor, pero construye y destruye.
Esta idea entra en crisis y en el siglo XIX hay un intento de quitar toda teología de la filosofía. Nietzsche dice que la idea de dios ha muerto. No lo necesitamos para explicar nuestro comportamiento. La plenitud de la vida tiene fortalezas y debilidades. No hay referentes en la vida. El problema de sentido está vacío y no hay que llenarlo. Cada ser humano tiene que rellenar y esculpir su propio yo. Hay otro gran problema: el del mal, que se plantea la inexistencia de dios.
Aparecen nuevas características: un dios sufriente que tiene que asumir el devenir de la historia, que se preocupa, pero no es omnipotente. Aparecen nuevas formas de trascendencia: el ser humano hace al ser humano. Wittgenstein habla primero sobre el lenguaje como realidad empírica y luego sobre el sentido de la vida, del mundo y lo cual podríamos llamarlo dios.
En la religión la trascendencia tiene relación con el sentido, la llamada divina está oculta y por eso es trascendencia. La trascendencia es el estupor ante la existencia misma ante el hecho de estar en medio de esta inmensidad. Hay un reconocimiento de solidad. Lo sublime es incapacidad y asombro. Nos da unidad y coherencia: esta totalidad supera las relaciones, tiene sentido en lo que se incorpora en una totalidad real. Soy parte de una totalidad y Dios no puede ser un elemento más de esta totalidad. Por eso, dios es trascendente a toda persona. La experiencia de la trascendencia es un principio que une sin identificarse, no conoce el mundo. No se trata de dar sentido, sino de ser una relación integradora a toda persona, pero no es conocimiento. La persona que entiende es capaz de justificar una creencia que está allí: algo suficiente para orientar la vida y dotarla con sentido.
Miguel de Unamuno piensa que el ser humano siente angustia, se conmueve y quiere vivir más allá de la muerte. Es esperanza de ser alma y cuerpo para siempre. Dios sería esta esperanza que no se puede confirmar por la ciencia. En fin, la trascendencia no vive en nuestras vidas.