Jornada Adolescencia difícil: identidad y catarsis, organizada por el Instituto Deusto de Drogodependencias

Hemos de intervenir en casos de adolescencia difícil? Esa pregunta orientó la última mesa en las jornadas Adolescencia Difícil: Identidad y Catersis. Propuestas de Intervención organizadas por el Instituto Deusto de Drogodependencias en colaboración con Osakidetza, el 24 de octubre. La mesa sobre Evaluación del Diálogo del Recorrido de los Grupos de Pares estuvo coordinada por Fernando González, responsable de Salud Mental de niños y adolescentes, Red de Salud Mental de Bizkaia. Junto a él estuvieron Maje Irastorza y Rodrigo Oráa, ambos del centro de salud Mental y Drogodependencias Julián de Ajuriaguerra, Santutxu-Osakidetza, Biotza Goienetxe, Centro de Salud Mental Infanto-Juvenil de Bilbao-Ercilla, y Angel Estalayo, del Instituto de Reintegración Social (IRSE) de Bizkaia.Noticias

24 octubre 2014

Campus Bilbao

Fernando González describió la adolescencia como la culminación de una aventura amorosa entre el joven y su familia, un período de desarrollo en el que el individuo ha de lograr una identidad propia y una autonomía funcional, a menudo con el añadido de las presiones sociales, familiares y circunstanciales. Destacó que, en ocasiones, es en el inicio de esta relación donde nacen los primeros síntomas que pueden convertirse en problemas de conducta. Cuando esto ocurre, la actuación es necesaria para impedir que el problema empeore e intentar en la medida de lo posible mejorar las circunstancias, a menudo a través de grupos de apoyo.

Los adolescentes en riesgo son aquellos que se sienten controlados por fuerzas internas o externas y que en consecuencia buscan en el control del entorno una sensación de seguridad. Estos jóvenes son identificables a través de actos preocupantes y no tolerables como: la destructividad dirigida a uno mismo y/o a otros, la incapacidad de cuidado corporal, trastornos de alimentación, cortes, o la incapacidad de mentalización, es decir, imposibilidad de formular su sufrimiento. Entre estos indicadores la violencia es el rasgo que tiende a preocupar más a la familia y no así el sufrimiento oculto que en su mayoría no es reconocido por imposibilidad o negativa a ello.

Los adolescentes en riesgo son aquellos que se sienten controlados por fuerzas internas o externas y que en consecuencia buscan en el control del entorno una sensación de seguridad. Estos jóvenes son identificables a través de actos preocupantes y no tolerables como: la destructividad dirigida a uno mismo y/o a otros, la incapacidad de cuidado corporal, trastornos de alimentación, cortes, o la incapacidad de mentalización, es decir, imposibilidad de formular su sufrimiento. Entre estos indicadores la violencia es el rasgo que tiende a preocupar más a la familia y no así el sufrimiento oculto que en su mayoría no es reconocido por imposibilidad o negativa a ello.

El terapeuta en estos casos se encuentra, por un lado, en una posición intermedia entre el joven y la familia, situación que requiere una distancia relacional adecuada, hay que estar presente pero sin que sea demasiado intrusivo; y por otro lado, ha de indicar claramente los riesgos de tales actos y mantener una disponibilidad auténtica para que el joven reciba un mensaje claro: tanto yo como los demás queremos que vengas al grupo. Sin embargo, a mayor gravedad, mayor negativa a involucrarse en una terapia y, lo que es más, estos jóvenes suelen tener una sensibilidad extrema tanto a la intrusión como al abandono.

En casos de tal gravedad, la familia ha de apoyar haciendo su entorno más fuerte y seguro. Para dar más detalles sobre la actuación en adolescentes mediante grupos de apoyo basados en sus experiencias profesionales y hacer una evaluación de los mismos, a Fernando González se le unieron Maje Irastorza y Rodrigo Oráa. Defendieron que pese a que la intervención es necesaria, no todos los casos son aptos para la psicoterapia en grupo, ya que los participantes deben ser capaces de hablar de lo ocurrido, de lo que les ocurre, y en muchos casos no lo son. Así mismo, sostuvieron que un diagnóstico previo sobre la estructura de la personalidad es imprescindible para determinar el mejor tratamiento para el adolescente y que la evaluación del tratamiento precisa de la coordinación con otros entornos del joven.

Biotza Goienetxea introdujo una nueva perspectiva al tema de la mesa: el riesgo para la salud mental de las conductas en la adolescencia. En su experiencia, habló sobre la confusión entre un trastorno psiquiátrico y un desorden de comportamiento, este último provocado por cambios sociales dentro de la familia, centros educativos o adquisición de malos hábitos. En su definición del desorden de conducta explicó que, a menudo, estos actos son una reafirmación de su autonomía y que la falta de demanda de actuación en estos casos viene dada por la negativa a reconocer la carencia o la dependencia hacia los adultos.

Por último, Ángel Estalayo recuperó varias de las ideas expuestas y las trató desde una perspectiva en la que el problema ha dado como resultado una actuación judicial. Primero, abordó la existencia de problemas de conducta como la violencia y defendió la necesidad de realizar un diagnóstico que analice las diferentes formas y motivos por los que se desarrolla. Además, añadió que existen situaciones en las que la demostración del sufrimiento emocional oculto es rechazada por el entorno. En su experiencia, hay una escasez de demanda y que cuando ocurre, se manifiesta en tres formas: no explícita, en la que el adolescente rechaza la intervención, demanda de la familia, que puede actuar bien como demandante de la actuación o como obstáculo, o judicial. Para Estalayo, la familia, que en ocasiones se queda paralizada, ha de funcionar como una entidad de control, que necesita ser firme y hacer cumplir un marco normativo, pero que a la vez sea sensible.